


Estábamos en Sudáfrica haciendo un reportaje sobre caza furtiva de rinocerontes y ni Rosaura ni yo cruzábamos la frontera para entrevistar a los cazadores furtivos: Solamente iban David y los cámaras Roberto y Sergio. Yo como realizadora estaba inquieta, porque mi lugar estaba con ellos, en rodaje.
Atrás había quedado esa primera entrevista de trabajo por Skype en la que tres tipos me explicaban las historias peligrosas que tendríamos que rodar si entraba a trabajar con ellos y le dije a David: “Estás seguro de que lo que necesitas es una realizadora mujer?”
David se quedó sorprendido y me dijo que no había ningún problema, que su esposa era la productora y que viajaba siempre con ellos.
Yo me imaginé a G. A. Jane o a Lara Croft, e ilusionada por el proyecto me embarqué en el primer viaje de una serie que duró unos meses y que recordaré toda mi vida: David era un torbellino de empatía que se tomaba muy en serio el mundo y que lo explicaba dándole voz a los que no la tienen. Sergio y Roberto completaban un equipo brillante y yo me sentía parte de algo importante.
Lara Croft resultó ser Rosaura, una mujer pequeña de voz suave que conseguía lo imposible cuando pensábamos que la historia estaba perdida. Nos hicimos amigas definitivamente durante esos días de espera en la frontera.
Cuando ellos tres volvieron de Mozambique tuve una discusión con David: Me explicó que planeaban otro viaje a África pero esta vez para explicar la caza furtiva de elefantes. Se trataba de una zona controlada por grupos armados donde las violaciones eran sistemáticas y que siendo mujer no podrían llevarme a ningún rodaje.
Yo le argumentaba que era exagerado, que no todo era contar el núcleo duro de la historia, que quizá en las aldeas… En fin: No tenía ni idea.Al final entré en razón y la discusión terminó en muy buenos términos.
Fue en ese momento que Roberto, un cámara humilde que nunca explicaba cómo había continuado grabando cuando fue herido por una bomba, se me acercó y me dijo: “No vengas a Congo, Lupe. Son zonas complicadas. Dan mucho respeto”
A pesar de que la cuestión ya estaba zanjada, Roberto quiso que fuese una decisión mía la de no ir, no una imposición. A los pocos días David me invitó a Madrid para explicarme de nuevo porqué no podía ir con ellos: Era un tipo genial, y un jefe maravilloso.
David le puso 93 metros a su productora porque era la distancia que recorría su abuela cada día desde su casa hasta el banco de la iglesia de su pueblo. El mundo aquel de su abuela, de intimidad y cercanía, fue el mundo que quiso ensanchar David, buscando la humanidad en las zonas elevadas pero también en las alcantarillas. Y buceando cada vez más hondo andaban los dos cuando los pilló la muerte, esa desgraciada que no sabe con quién se mete.

