Es, en medio de un invierno que nunca se va, el primer día de la primavera. Al macho se le hincha el cuello, y persigue a la hembra para que por lo menos le regale una mirada.
Sus ruidos se mezclan con el viento cálido que le avisa que ya es hora de perseguirla, de hincharse y de hacer ruidos.
Pero la primavera no está aquí, es evidente, y el macho infinito levanta vuelo, quizás a perseguir a otras hembras, o por pura distracción.
Ahí pasa lo imprevisto: la hembra se detiene sin girarse, y adquiere una quietud que contraviene todas las reglas físicas de este viento, de este mundo y del estupor que la partida le produce.
«Cuando la paloma finalmente se gira es para mirarme» piensa el perro mojado todavía por el baño, «y sentí entonces tanta conexión con todo aquello, tanta gratitud por ese instante, que pensé que era mi presencia la que hacía que las palomas se enamoraran y se desenamoraran, la que nos bendice cada día con el sol, y la que decide que el viento me deje empapado hasta que me doy cuenta de que no, de que no es cierto, de que la primavera viene solamente cuando ya nadie la espera».
#herauco

